Mi afición a la literatura me transforma en un ente infinitamente superior al resto de mortales, al menos en Ecuador. Leer no es un pasatiempo, sino una forma de conocimiento secreta que se descubre por algún artilugio, alguna falla sociológica de algún momento de la juventud. La práctica de la crítica y la lectura literaria me coloca en un porcentaje mínimo de ecuatorianos dedicados a esta actividad, y es imposible no sentirse alagado. Si es que alguna vez alguien ha tenido la oportunidad de codearse con nuestros círculos intelectuales verá que es así. Los pocos que nos dedicamos a esto tenemos este aire de superioridad, de absoluta certeza, de saber y conocimiento infinito. Bastaría conocerme para saberlo. Leer, en el país, es una cuestión de status quo, de superioridad no solo intelectual, sino social. En esos círculos intelectuales los hombres sabios se regordean y retozan sobre sus lecturas y debaten posturas sobre sus poetas, mascando sus convicciones como un chicle de menta. Entre su extenso repertorio suelen haber incursiones sobre el desarrollo cultural del país, lamentos sociales sobre la falta de lectura en el Ecuador.
El problema se vuelve serio cuando consideramos el funcionamiento estructural de la sociedad ecuatoriana: los límites entre las clases sociales son muros infranqueables e inviolables. Inclusive, nuestros estratos sociales están configurados a través de consideraciones raciales. Llámenlo historia o ignorancia. Es innegable que es así, y basta el simple ejemplo del uso ofensivo de la palabra indio como para notarlo, con vergüenza. ¿Qué tienen que ver estos límites sociales con el problema de la lectura? estas condiciones jerárquicas que se viven en la sociedad se mimetizan en el proceso cultural y artístico. Es la clase media y la alta la gestora principal del aparato cultural del país, y (me arriesgo a decirlo) todo planteamiento literario está atravesado por la percepción limitada, y muchas veces cargada de prejuicio, de esta clase.
El mantenimiento del status quo que nos proporciona la literatura a nosotros los iluminados no puede romperse hacia los círculos sociales, porque en ellos se mantiene la relación de superioridad que ha marcado constantemente a nuestro país. Nuestras diferencias étnicas son, a la vez, diferencias sociales, y es extraño el hombre en Ecuador que no se sorprenda de ver un negro o un indio manejando un Mercedes; inclusive un Volkswagen. De la misma manera, mantenemos vigentes nuestras diferencias intelectuales. Por estas razones la literatura ecuatoriana es principalmente una literatura de clase media.
Muchas veces nos encontramos con que la literatura ecuatoriana cae en el juego de enmascararse en el ámbito popular, en la defensa y lucha de lo marginal, en la rebelión y el triunfo de la minoría. Pensemos en nuestro honorabilísimo Icaza y su Huasipungo, su Chulla Romero, donde recoge la visión simpatética hacia esos indígenas que correteaban, cuando él era niño, por la inmensa propiedad de su tío. Pensemos en el contemporáneo Huilo Ruales cuyos textos maravillosos (no hay ironía aquí) exploran lo lumpenesco, lo marginal y lo grotesco desde la visión de los anti-héroes, completamente alejados y desvinculados de cualquier posición frente a la clase media: en la transformación mitológica de su Quito (kito en sus textos) sigue habiendo una postura de clase media, una fábula exploratoria nacida de una visión realista-mágica, alejada del conflicto real de la clase baja urbana (Historias de la ciudad prohibida), e inclusive de la vida rural (Maldeojo).
La crítica no va hacia los escritores, sino a una clara barrera intelectual que se ha vuelto irrompible. Era el mismo Huilo Ruales quien, en una conferencia en Cuenca, se agarró de puñetes verbales con nuestro señor ministro de educación, Raúl Vallejo, al conversar sobre la literatura ecuatoriana en las aulas. "No se debe enseñar literatura ecuatoriana en nuestras aulas" dijo, más o menos, el Huilo. "se debe enseñar literatura, y punto". El corbatín del señor Vallejo saltó, al igual que el lado derecho de la sala. La discusión, aunque sumamente interesante (mi voto fue para el señor Ruales, indudablemente), falló al no enfrentar el principal problema: no importa qué se enseñe, porque nadie va a leer. Nadie. No importa si es José de la Cuadra o Poe, los muros de nuestra sociedad están planteando una barrera fuerte en el proceso de integración cultural de otras clases sociales (inclusive otras etnias sociales) que no permitirán que haya una comprensión total de estas diferencias, lo que solo inflará más y más el problema. Si bien hay proyectos interesantes de integración artística, hay aún (desde una percepción personal) un olorcito elitista, una mirada por sobre el hombro.
La educación literaria en el Ecuador no puede ser vista desde un planteamiento constructivo. Se necesita la destrucción total de un sistema educativo y social. ¿Utópico? puede ser. Pero mientras tanto tratemos de destruir lo que podamos. Mientras que estos procesos no cambien no podemos hablar de progreso. Qué decepción, subirse a un bus, por ejemplo, y no ver a nadie leyendo. Nadie. Qué bien se siente ser el único, el elegido. Qué orgullo.
Arriba: Definición de orgullo