marzo 30, 2011

Autos en el estudio

La proyección detrás de los autos Hollywoodenses

Yo crecí en la época del DeLorian, con Marty McFly arrojándose fuera de la puerta en movimiento en la patineta voladora esa que se supone debe inventarse ya mismo (dedos cruzados). Crecí también en un carro que mientras atraviesa una lluvia salvaje tiene la boca abierta de un tiranosaurio rex en el retrovisor. Por eso la técnica antigua de poner una proyección de la calle en movimiento atrás de un auto parqueado en pleno estudio me parecía absurdo. Películas clásicas donde los puñetasos sonaban atrasados y los hombres llevaban siempre sombrero. ¿No se daban cuenta los espectadores de generaciones anteriores que el movimiento del automóvil y del volante no correspondía con las imágenes de las calles atrás? Quizás no les importaba.

En esas escenas estacionarse parece un desface mágico donde de repente el automóvil responde más a un instinto especial que a las instrucciones del conductor, que está más ocupado en mantener la conversación que en medir el espacio necesario para entrar entre los dos autos donde se ha parqueado.

Lo curioso es que ese desface tiene un encanto especial, precisamente porque introduce la noción de la ficción de la película dentro de la narración. Esos instantes donde el personaje conduce el auto en un espacio que no corresponde estamos presenciando la esencia de la ficción a la que nos enfrentamos. La presencia del estudio, de la producción, del guión, de la dirección y de la actuación se vuelve evidente. El recurso, consciente o inconscientemente, permite de cierta manera que la visión artística de los que están detrás de la película entre en escena y en la mente del espectador. Al menos así se siente ahora... Y ver algo así es como un vaso de agua en este Hollywood seco e infértil que nos ha acostumbrado (porque eso le hemos pedido) a mentirnos de la manera más real posible. Ni se le ocurra decirnos que nos está contando una ficción. Y al final el punto es exactamente ese, nuestra creciente dificultad de aceptar la ficción: cada vez exigimos más y más exactitud para poder imaginar.

En todo caso se me ocurren algunas películas que tienen esta "imprecisión" y que, por eso entre otras cosas son obras sabrosísimas:


1. North By Northwest, de Alfred Hitchcock.

A Cary Grant le acaban de forzar una botella entera de Cognac y le hacen conducir un auto en lo que debe ser el peor intento de asesinato en la historia de Hollywood. La escena es fascinante: nada más divertido que ver al señor Grant con una ebriedad apenas sobreactuada viendo por sobre su puerta hacia el abismo, decidiendo que eso es quizás peligroso, regresando al camino y hacer que otros se salgan de la carretera en su auto o pierdan el control de su bicicleta. La tensión es gigantesca pero la comicidad no se pierde. Esta es una de las escenas por las que esta película es la mejor de Hitchcock de las que he visto (aunque no he visto muchas). Gran música, además.


La escena completa está aquí.


2. La naranja mecánica, de Stanley Kubrick. 

A todos se nos reventó la cabeza desde que vimos el ojo de Alex al inicio de la película hasta la escena de sexo burgués al final. La Naranja Mecánica fue para mí y para muchos otros una introducción al cine, al cine de verdad, el que cuenta. Todo ser vivo que la ha visto debe resignarse y aceptar que, al menos una vez, ha dicho "es mi película favorita". La escena del auto ya no es, como en el caso de Hitchcock, un recurso tecnológico, sino una elección: la técnica era ya anticuada para esos años. La composición visual de los 4 droogies, distribuidos en abanico, en este carro minúsculo, velocísimo y futurista (del lejano futuro de 1995) es un puñetazo violento a la cara, pero acompañado por Beethoven. Poco después, Alex matará a la mujer de los gatos con un falo de porcelana. Ultra violence. Ese fragmento del guión:

The Durango-95 purred away real horrorshow, a nice, warm vibraty feeling all through your guttiwuts. Soon it was trees and dark, my brothers, with real country dark. We fillied around for a while with other travelers of the night, playing hogs of the road. Then we headed west, what we were after now was the old surprise visit, that was a real kick and good for laughs and lashing of the ultra-violent.




3. Pulp Fiction, de Quentin Tarantino. 

Este hombre es otro de esos fenómenos que se descubren una vez en la vida y no se van jamás. El señor es uno de los pocos selectos autores que todavía hace un cine de autor de calidad, rompe la mayor cantidad de convenciones e igual destroza taquillas. Y Pulp Fiction es (¿me atrevo?) su mejor film. Bruce Willis escogiendo el arma ideal. Samuel Jackson recitando la biblia. John Travolta y Uma Thurman bailando. Es una de las películas más populares y sin embargo rompió con tantas reglas de Hollywood. Una de ellas: el anacronismo de volver al personaje conductor del auto en estudio, pero lo mejor de todo, hacerlo tan maravillosamente. Porque los movimientos suaves de la ciudad en el fondo,  Esmarelda Villalobos con el movimiento lento, rítmico y atrapande del volante, su acento latino marcado y casi caricaturesco, todos son precisamente los mejores ejemplos de la manera en que Tarantino nos presenta con cuchara grande la ficción. Si es que voy a inventar algo, pensará él seguramente, al carajo lo real, al carajo lo verosímil: esta es mi ficción y punto. Y no queda nada más que hacer que agradecerle por eso.




Y ahora que recuerdo, hay una escena similar de North by Northwest, que involucra a una taxista seductora y a un Cary Grant desinteresado --pero aún por naturaleza encantador. Así mismo pasa con Bruce Willis, y sin sugerir que la escena de Tarantino sea necesariamente un homenaje a Hitchcock (podría ser) sí pone de manifiesto esa anacronía gloriosa, la necesidad casi moral de un director contemporáneo de darse la vuelta hacia el pasado y sacarse el sombrero en agradecimiento. Algo de lo mismo tuvieron en su momento los efectos de Michel Gondry, quien lamentablemente parece que se nos ha perdido (momentáneamente, esperemos) en la mediocridad.

He aquí la escena: