abril 19, 2010

René y sus artificios (1era entrega)




Conocer a Magritte por primera vez siempre causa una fascinación espontánea, fácil. Es un efecto artificioso, similar a una acertijo visual, de esos que aparecen de vez en cuando en un correo electrónico. Recuerdo haber crecido con esos artificios, fascinarme cada vez más con el cuestionamiento explícito que producían cuadros como éste, o como los fantasmas monocromáticos de Escher. Mis sorpresas eran en un inicio ilusorias y pasajeras, porque muchas veces Magritte muestra su artificiosidad a través de una realidad claramente identificable, un fenómeno similar a la ilusión óptica. Magritte, sin reflexión, es entretenimiento. Y eso está bien. Pero Magritte se merece más que un espacio en Powerpoint o en una de esas páginas donde se dedican a las ilusiones ópticas. No porque sea Magritte, no es por su posición artística, sino porque sus cuadros generan algo más, algo impactante y tenebroso, como un secreto milenario. 


La atmósfera inquietante de Magritte no viene desde el espacio limitante del cuadro, de la percepción inmediata del contraste entre lo artificioso y lo real o de su estilo realista y su temática surreal, sino de la relación misteriosa entre el contenido de su cuadro, su complejo simbolismo, y el espectador. Magritte reclama constantemente la participación del lector en sus obras, transformando su arte en código. Así, su arte se diferencia, me parece, de otros surrealistas (punto abierto a debate): Giorgio de Chirico usaba ambientes alargados y sombras proyectadas sobre cuerpos antropoides que intimidaban porque exigían al espectador a ingresar en el espacio onírico y profundísimo de su obra.


Si bien en Magritte también existe esa postura freudiana y surrealista de jugar con el inconsciente, en muchos casos (me atrevería a decir que en sus más importantes creaciones) sus obras no atraen al lector hacia un mundo creado, sino que es él quien se sorprende al darse cuenta de que esa artificiosidad está invadiendo su realidad. Lo cotidiano es un motivo constante en el pintor Belga. Algo (o alguien) irrumpe esta cotidianidad, rompiendo la estructura de orden establecida por lo que conocemos, por el espacio seguro en el que se presenta. Una manzana que cubre un rostro, una roca inmensa sobre el mar.




La intención de Magritte es romper los paradigmas linguísticos e ideales que nos hemos impuesto.
En su búsqueda, hay el intento de romper con los elementos de la realidad. Pero sus cuadros no son únicamente un desface con aquello que percibimos a través de lo cotidiano, sino que en ellos se destaca la diferenciación de aquellos objetos o circunstancias reales establecidas en parámetros lejanos y perdidos. El rompimiento no se da, a diferencia de Dalí, o del ejemplo referenciado de Chirico, en el espacio del cuadro, sino en la mente del espectador. Del lector.

Y me voy. Diré que esta es la primera parte, porque aún no acabo con el tema. Dejo, eso sí, para terminar, un adornito para el blog.