octubre 01, 2012

LECTURAS: The Sea, de John Banville


Descarga The Sea aquí (en inglés. formatos epub, mobi y pdf)


"What a little vessel of sadness we are, 
sailing in this muffled silence through the autumn dark."




La línea de la costa es una bandera. Las olas del océano la mueven. El cielo, el mar, la arena. Allí, entre las líneas definidas un hombre mira hacia lo lejos, al pasado. "The past beats inside me like a second heart."  The Sea es la historia de un hombre aceptando su temprana vejez, la lenta agonía y muerte de su esposa, la distancia absoluta entre ambos enfrentamientos a la muerte, y la búsqueda del pasado como la posibilidad utópica de comprender la existencia. En sus recuerdos Max Morden guarda una historia conmovedora y tétrica al mismo tiempo, que se teje a partir de tres momentos: su recuerdo del verano en que conoció a los Graces, los meses desde el anuncio del cáncer hasta la muerte de su esposa --y la distancia que se generó entre ellos al tratar ambos de asimilar esa certeza--, y el regreso del protagonista a la casa de esas vacaciones lejanas. Los tres escenarios saltan sin orden, siguiendo de cerca el conflicto de Max, la dificultad que tiene al tratar de atrapar algo del sentido de la vida y de la muerte. 
Es la construcción del personaje principal lo que sostiene la trama, que en tan pocas palabras puede sonar convencional. Pero el estilo de Banville es metódico y exacto. Gigante y exuberante vocabulario, pero preciso. Quizá algo similar pase con su historia, dramática en exceso. Pero todo se sostiene en orden en el poder de una prosa delicada, entregada por un personaje cínico y trágico. 
Max acaba de atravesar los pasillos del hospital como si fueran la distancia infranqueable entre él y su esposa, quien muere de cáncer. “Perhaps all of life is no more than a preparation for leaving it" dice. Ese mismo drama se filtra en la reminiscencia de aquel verano trágicamente memorable, en el inicio de la pubertad, ese ritual indefinido del descubrimiento del cuerpo, el propio y el ajeno. Pero a pesar del drama Banville se maneja sin hipérboles, con una prosa exacta y delicada, que si bien atraviesa los clichés de la vejez, el regreso al mar, el regreso a la infancia, lo hace a través de la mente confundida y cínica de su protagonista, y por lo tanto, con algo de desorden, con una voz mordaz y trágica. ¿Cómo no encontrar algo de malvada simpatía con un hombre que dice "One is inclined to imagine that people who are fat must also be stupid"?

John Banville
¿Qué es más cliché que el mar como metáfora de la soledad del hombre? Pero funciona con Banville, porque la soledad de Max es la soledad del ser humano. Frente al mar somos minúsculos y solitarios. Frente a la muerte de su esposa Max no tiene ni siquiera su presencia fantasma. "Send back your ghost. Torment me, if you like. Rattle your chains, drag your cerements across the floor, keen like a banshee, anything. I would have a ghost."

Banville es realmente uno de los grandes escritores contemporáneos, y no sería una sorpresa verle con el nóbel dentro de un par de años.En The Sea lo que sorprende es la construcción de su personaje. Es difícil creer en que Max es un personaje ficticio, o que detrás de sus palabras no se esconde el verdadero Banville. Hay un sentimiento especial en las confesiones del protagonista, esa entrega a la escritura que se esconde solo en las autobiografías. No sé nada de la vida de Banville, y dudo, en retrospectiva, que la novela tenga elementos autobiográficos. Pero Max Morden parece existir detrás de la palabra, detrás de la ficción de Banville. 


Algunas citas de The Sea:

Given the world that he created, it would be an impiety against God to believe in him.
Love among the big people. It was strange to picture them, to try to picture them, struggling together on their Olympian beds in the dark of night with only the stars to see them, grasping and clasping, panting endearments, crying out for pleasure as if in pain. How did they justify these dark deeds to their daytime selves? That was something that puzzled me greatly. Why were they not ashamed? On Sunday morning, say, they arrive at church still tingling from Saturday night’s frolics. The priest greets them in the porch, they smile blamelessly, mumbling innocuous words. The woman dips her fingertips in the font, mingling traces of tenacious love-juice with the holy water.
Perhaps all of life is no more than a long preparation for the leaving of it.
She is in my memory her own avatar. Which is the more real, the woman reclining on the grassy bank of my recollections, or the strew of dust and dried marrow that is all the earth any longer retains of her? No doubt for others elsewhere she persists, a moving figure in the waxworks of memory, but their version will be different from mine, and from each other’s. Thus in the minds of the many does the one ramify and disperse. It does not last, it cannot, it is not immortality.We carry the dead with us only until we die too, and then it is we who are borne along for a little while, and then our bearers in their turn drop, and so on into the unimaginable generations. 
She moved her head on the pillow and smiled at me. Her ace, worn almost to the bone, had taken on a frightful beauty. “You are not even allowed to hate me a little, any more,” she said, “like you used to.” She looked out at the trees a while and then turned back to me again and smiled again and patted my hand. “Don’t look so worried,” she said. “I hated you, too, a little. We were human beings, after all.” By then the past tense was the only one she cared to employ.

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