enero 28, 2013

El genoma humano: Shakespeare, Borges y el ADN



Todos los sonetos de Shakespeare en un segmento de ADN. Así me entero de que es posible almacenar información dentro de un genoma sintético. ¿Quién entiende de ciencia? 

Este artículo, publicado por NPR, habla sobre dos científicos británicos de bioinformática que discutían, en medio de una cerveza, sobre posibles nuevos métodos de almacenamiento de información --Supuestamente garabatearon soluciones en una servilleta, porque los científicos son 82.7% más sensibles a caer en clichés que el resto de los humanos--. La solución estaba en sus narices, literalmente en las células de sus narices: ADN. 


El ADN es el disco duro de la naturaleza, un registro permanente de información genética, escrito en un lenguaje químico. Existen solo cuatro letras en el alfabeto del ADN ― los cuatro nucleótides comúnmente abreviados como A, C, G, y T.
Estas letras se mezclan en diferentes combinaciones para deletrear diferentes instrucciones para nuestras células. Alrededor de 3 billones de esas letras forman el genoma humano ―el manual de instrucciones de nuestra existencia. Y toda esa información se encuentra almacenada en cada célula de nuestro cuerpo. El ADN es millones de veces más compacto que el disco duro de nuestros computadores.

Así es. El genoma de cada uno de nosotros está determinado por la combinación de estos 4 elementos, almacenados en un pedazo de ADN, que puede almacenar una cantidad enorme de esas combinaciones. Para probarlo, los científicos crearon un ADN sintético que contiene los 154 sonetos de Shakespeare. La conclusión es que el ADN es una de las maneras más efectivas para almacenar información. Lo cual es importante. Se supone que existen cerca de 1.5 billones de gigabites de información digital en el mundo. Algo más o menos equivalente a 256 mb por cabeza humana. Varios se inclinan a creer que el disco duro que va a sostener esa información en el futuro será el ADN. Es más compacto que un disco duro, y mucho más resistente. Se supone que el doctor de Jurassic Park recreó a los dinosaurios usando el ADN de una gota de sangre. Capaz en el futuro alguien recree mi historial de Internet usando la misma tecnología.

"Oooh, miren, éste solía escribir en blogs!"


Ahí acaba la noticia. Pero lo curioso, para mí, es la elección. ¿Porqué Shakespeare? ¿Porqué no, digamos, un artículo académico, o las recetas de la abuela? Pensando en eso me acordé de Stardust Memories, la película de Woody Allen donde su personaje, un cineasta en plena crisis existencial, se ahoga en angustia, terminando su desvarío diciendo

Did anyone read on the front page of the Times that matter is decaying? Am I the only one who saw that? The universe is gradually breaking down. There's not going to be anything left. I'm not talking about my stupid little films here. Eventually there's not going to be any Beethoven or Shakespeare!

Harold Bloom dijo que Shakespeare inventó al hombre moderno. Fuera de sus casi válidos argumentos, Shakespeare ha llegado a ser el valor cultural más importante de nuestra época. Y no estoy hablando de sus personajes, de sus temas, de su valor literario. Universalmente, la supervivencia de Shakespeare es actualmente la metáfora por la cual medimos la existencia del espíritu humano. El tan esperado fin del mundo, con la extinción de los siete billones de humanos (quizás al final todos nos tomemos, por fin, de las manos), será menos trágico que las tragedias perdidas de Shakespeare, evaporadas para siempre de todo registro posible. Medio siglo y contando, tratando de preservar todo aspecto de sus obras, para que desaparezca inmediatamente. Detrás de la simple noticia, el uso de ADN como modo de registro de información, se esconde nuestra necesidad de salvaguardar nuestra escritura.

¿No es fascinante? No el hecho de que podamos usar nuestro ADN como discos duros (adiós para siempre a las memorias flash), sino la noción de que podamos entender al ADN como lenguaje. En esta espiral microscópica se oculta el texto de nuestra evolución, mucho más allá de los límites de nuestra historia, de nuestra escritura inventada. Nuestro genoma es un texto, leído y decodificado por estos borrachos (En este artículo, un analista compara el proceso de lectura de ADN con la de Shakespeare). La gente que está metida en esto pasa leyendo la secuencia de esas cuatro letras, el orden establecido de esos textos, tratando de entender las semejanzas y las diferencias entre diferentes pedazos de ADN, diferentes muestras humanas de ADN, para ver si existe algo detrás de ese orden, tratando de entender nuestro proceso evolutivo. Y de repente, así crucialmente y sin mucho escándalo, estos manes no se dan cuenta de que están recreando a La Biblioteca de Babel, de Borges. Porque, al fin y al cabo, ¿qué hacemos cuando estudiamos al ADN sino tratar de entender el misterio de nuestro universo? 


Para los dichosos que aún no descubren al maestro, En su cuento Borges concibió al universo (que otros llaman la Biblioteca), como una serie de galerías hexagonales, separadas por una escalera espiralada, cubierta de libros. Así describe Jota Jota este universo: "A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón de unas ochenta letras de color negro." Esas letras corresponden invariablemente a 25 símbolos ortográficos. Suponiendo que ningún libro es igual a otro, los bibliotecarios pasan sus días buscando el libro que, en la combinación aleatoria de sus letras, explique "el origen de la biblioteca y el tiempo", es decir, The Ultimate Question about life, the universe and everything.

Paul Navneveer
A breves rasgos, la Biblioteca de Babel es un cuento sobre el orden en el caos. La espiral del ADN es quizás similar a las escaleras de ese universo. Las cuatro letras del código genético, Adenina (A), guanina (G), citosina (C) y timina (T), se combinan en el límite del genoma humano, más o menos 3 billones de letras, almacenadas en el número específico de células que conforma el organismo. Borges concibió a los habitantes de este universo buscando el significado que explique el universo en la combinación de esas letras. ¿No hacen lo mismo nuestros científicos? ¿No es la espiral del ADN la espiral borgeana? ¿No existe un número determinado de posibles combinaciones de ese código que conforma la totalidad de todo el universo biológico del planeta? Y la pregunta más significativa para cualquier lector de Borges, ¿No somos, si creemos en la teoría evolutiva, el producto de la combinación azarosa de estos códigos en un texto que súbitamente tiene sentido? 

Para colmo, quizás valga recordar que el último cuento de Borges se llama "La memoria de Shakespeare". Hermann Sorgel adquiere --a través de un intercambio casi ridículo (discúlpeme, don Borges)-- la memoria del dramaturgo inglés, y poco a poco los recuerdos del siglo XVI empiezan a mezclarse con su vida. Quizás en el cuento se esconden algunos de los temas de este artículo, que son los temas que nos han obsesionado: la preservación de la memoria, la combinación del proceso evolutivo, pero principalmente, el misterio que los une, el secreto que esperamos encontrar cuando tratamos de leer, de leernos. 



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