febrero 03, 2011

La blanca nada

A dios le agarró una diarrea salvaje esta semana, y estuvo cagándonos nieve durante dos días enteros. Un dolor de cabeza, porque caminar por afuera es garantizarse nieve en las botas, las manos, los ojos y el culo. Pero la verdad es que ahora entiendo porqué Thomas Mann llamaba a la nieve "la blanca nada" y porqué Hans Castorp en La Montaña Mágica se embriaga de toda su existencia patética mientras se refugia de una tormenta de nieve, después de tomarse un oporto. La fuerza del viento traspasa el cuerpo, porque el frío te permite sentirla hasta en los huesos. Todo tiembla: árboles, señales, ventanas, paredes. La tormenta las embiste con la furia de un toro emputadísimo.
Al día siguiente, después de la furia, sale el sol y de pronto las calles no existen. Por ahí una señal de STOP en medio de la nada. Todo es blanco.

Caminar por tanta nieve hace que uno se sienta vivo, que se pudra del frío. La vereda no se distingue de la calle, y pisar una superficie es no saber. Viviendo esto me acuerdo de cómo me gustaba la piscina de pelotas, de esa infancia donde la posibilidad de desaparecer debajo de las superficies era solo un juego. Acá el juego es el mismo, pero con el frío añadido, y con el conocimiento de que llega el verano, de que el tiempo pasa, y de que vendrán otras tormentas y algún rato nos hundiremos totalmente en una de ellas. Y por eso, en la próxima tormenta me va a tocar, como a Hans Castorp, embriagarme.

Salud.

2 comentarios:

  1. Tibi! que lindo! me alegra que estés disfrutando del invierno y sus tormentas... rico tiempo para escribir, para estar adentro....

    ResponderEliminar
  2. Blanquita en la blanca nieve! Qué emoción!

    ResponderEliminar