Por favor, play before reading
Después de tres meses de tener las entradas guardadas en el cajón, llegó el día en que Fleet Foxes se presentaba en un teatro íntimo (3000 personas) de St. Louis. Salimos de Normal a las 2, y regresamos doce horas después, embriagados de la experiencia. Escuchar a la banda es un acto medio pasivo. Son buenos para escuchar cuando uno quiere relajarse. Pero el concierto fue uno de los más energéticos que he visto, como si la energía viniera de otros lados, quizás de la intimidad del teatro pero también del calor de su música.
Salimos de Normal sin mucho relajo, y recién en el viaje empecé a darme cuenta de la importancia del concierto al que íbamos. Fleet Foxes fue la banda que marcó con más fuerza la transición de mi mudanza, el abandono de la patria, la distancia de todo lo que era mío, el inicio de la soledad. Y en esa época de confusión, miedo y anhelo caminé por los aeropuertos escuchando su música, con el alma encendida. Mi tristeza no era solo el hecho de partir, sino la tristeza latinoamericana, esa especie de dolor que tenemos por vernos forzados a pensar que partir, que el abandono es el camino correcto. Y nos sentimos abandonados en nuestra propia patria. El miedo a esa soledad es terrible, porque no es una posición social, sino un resentimiento espiritual, casi metafísico. A los latinoamericanos nos duele el alma.
Alguien decía que el viaje siempre es interno, individual. Y así nos toca vivir, con los ojos abiertos de resignación frente a lo desconocido. La música de Fleet Foxes ve desde los ojos de la soledad individual del humano hacia el paisaje, hacia el cielo, abandonándose en el desconocimiento, resignándose con cierta tristeza al desconocimiento, pero aceptando que en el funcionamiento de esos paisajes está el código que nunca descifraremos. Y por eso su música parecería atravesar los límites de lo que es nostálgico o triste y lo que es esperanzador y alcanzable.
No todos pueden disfrutar de su música, es cierto. Pero lo que me parece innegable es que su mayor mérito viene de su honestidad. No hay posiciones ni intereses detrás. La fuerza en que las cuerdas vibran, la prolongación de una nota dilatada y las palabras en armonías exactas tienen la misma esencia. Las profundidades de la letra y de la melodía son las mismas. Hay un sentimiento real, un alma que se vuelca entre los sonidos. Y cuando el escenario vibraba con esa honestidad al otro lado la mía también temblaba, con una emoción inmensa. Como si mi cuerpo fuera un instrumento de cuerdas: venas y nervios que vibraban, resonando adentro, aceptando en un acorde el viaje, el abandono y las madrugadas que vendrán, pero también la comunión y el miedo a la muerte.
Repertorio, con link a mis favoritas:
The Cascades
Battery Kinzie
Bedouin Dress
Sim Sala Bim
Mykonos *
White Winter Hymnal
Ragged Wood
Lorelai
Montezuma
Blue Spotted Tail
_____
Oliver James
Helplessness Blues
*Por favor, véalo.
*Por favor, véalo.