Esto del blog parece que, definitivamente, no es lo mío. La hoja Cruda es el tercer o cuarto blog que creo, con la convicción de que esta vez la publicación será constante, que es importante, que es divertido. Es como salir a caminar por la red y saber que uno es parte de tanto caos. Parece una buena idea. Se publican un par de cosas, se diseña la página, uno se contenta, y de pronto pasan meses de horfandad. Pienso en eso y me doy cuenta de algo importante: detrás de este deseo de mantener la bitácora se esconde la posibilidad de ser observado. El exhibicionista. Nos jugamos en línea la facultad de mostrarnos sin mostrarnos. Hablar sin hablar. Escoger la máscara precisa y colocársela sin miedo, sin vueltas, sin riesgo alguno de mostrar la verdadera identidad. La posibilidad de construir un círculo de lectores se me abre casi en la inconsciencia como una probabilidad deliciosa. El enlace a los comentarios, abierto, ahí abajo, como una entrepierna, íntima y entregada, para jugar con la ilusión de un contacto humano.
Regreso, entonces, pero esta vez entregado al lector ficticio. Satisfecho sabiendo que esta máscara, arrojada en la pila enorme de lo público, permanece anónima. La mínima posibilidad de descubrimiento permite que exista todavía cierta emoción. Este anonimato debe asemejarse al abrigo marrón y gastado del exhibicionista público, que sentado en la plaza central de su ciudad, no piensa ahora en nada más que en el sol, en la brisa, en que es un buen día para salir a caminar.